martes, 15 de marzo de 2011

Tsunami

Tras la tormenta
el aire transparente
ignora el duelo.
 
Sobre lo hundido,
recoloca semillas
como al inicio.
 
Algo germina
de una noche de cieno
sobre la tierra.
 
Aún asustados,
los ojos se refugian
sin ningún techo.
 
Un árbol viejo
amordaza a la muerte
si el ave canta.
 
 

* (En La posada del Sol de Medianoche, Alfredo J. Ramos publicó ese mismo día 11 de marzo una entrada titulada Japón, otra herida. Este poema en haikus que allí le dejé surgió al hilo de las imágenes y consideraciones de estos días. Me situé ante las más íntimas, la incomprensión de lo que se destruye y la imparable continuación de la vida. Por eso escribí: "Hay que buscar motivos para el día siguiente. Tras el vuelo desconcertado de las aves, ellas volverán a buscar lugar para su nido." Hoy, el añadido y creciente riesgo nuclear todavía incalculado de los reactores dañados, abren otra reflexión paradójica en el país que ya padeció sobre su población civil el efecto de las bombas atómicas, occidental manera de acabar una guerra. Según qué bando las muertes se cuentan como genocidas o justas. Habrá que mirar en meditación una puesta de sol desde la cumbre del Fujiyama para pedir perdón por tantas miserias de tan numerosos y graves errores cometidos, como si hubiera alguna herida sobre al mundo o a la vida, por mínima o mayúscula que fuera, a alguien ajena.)
  

5 comentarios:

Tomás dijo...

Reconforta leer eso a favor de la vida. Desde que el sobrecogimiento lo inundó todo, uno esperaba agarrarse a algunas palabras para volver a sobreponerse. Gracias, Carlos, por ese cabo tendido de sílabas hacia la luz. Sí, lo necesitaba. Es maravilloso. Parece que hasta la Madre Naturaleza puede dejar de ser madrastra tras poner en la herida del mundo esos versos. Gracias de nuevo, amigo. TOMÁS

Januman dijo...

La madre naturaleza tiene su propia lógica, sus propias leyes. Nosotros, una especie peculiar, nos proponemos obstinadamente en crear un mundo diferente. A veces acertamos y construímos lugares plenos de belleza y hasta ayudamos a la propia naturaleza a mejorarse. Pero las más, nos obcecamos en someter a la naturaleza a nuestros apetitos insaciables de depredador. Solo hace unos días, aquellos que seguíamos defendiendo la desnuclearización éramos idealistas obsoletos, "progres" ignorantes llenos de prejuicios...Chernobyl nos vacunó cierto tiempo. Nuevos proyectos de centrales que ya asomaban el hocico en los programas electorales se esconden hasta que escampe la lluvia radioactiva. Somos una especie torpe, parece que solo aprendemos tras cagarla antes. Solo la voz de Carlos y de todos los Carlos que comparten nuestra estirpe son antorchas de esperanza

Carlos Medrano dijo...

Jolín, primo, la última frase seguro que fue escrita con cariño, pero me conformo con una velita para iluminar mi casa. Basta con poder mirar hacia adentro. O habría que empezar por mirar sólo hacia adentro. Y luego, recomenzar el gusto de manifestarnos. Seguro que nos sabría distinto lo que decimos, lo que probamos con más fuerza del mundo, lo que encontramos o vemos ahora en los otros y el diálogo. Un abrazo

Luciano Feria dijo...

Un poema intenso y emotivo, Carlos, y agridulce también en el sentido de que sí, es verdad que la vida va a volver a renacer después de la catástrofe (y de ahí nuestra esperanza frente a la desolación), pero asimismo es cierto que la naturaleza (como bien refleja en su última novela Menéndez Salmón) es indiferente a las incertidumbres de los hombres. Un fuerte abrazo.

Carlos Medrano dijo...

Tal vez, Luciano, si estuvieramos en contacto y comunicación con ella no; en eso insisto hace mucho tiempo, en lo que cuento, escribo, y en la actitud y manera de vivir a diario. Hablo de ello en mi poema "Equipaje" que puedes buscar hacia atrás en el blog.

Con una mirada interior, que no nos permitimos muchas veces porque requiere el silencio y el vacío, es muy difícil entender esa indiferencia de la naturaleza hacia lo humano. Se nos olvidan -como siempre- nuestras responsabilidades y las proyectamos sobre los otros: nuestros padres, el universo, cualquier otro semejante, incluso los más cercanos o queridos. Es preferible el conflicto a la resolución de nuestros retos por nuestras propias capacidades (que tenemos). Somos nosotros los que nos hemos separado de la naturaleza y ya no sabemos escucharla, respetarla o tomar lo mejor suyo cuando sin la tierra no tendría nuestra vida soporte y es sobre la tierra como se nutre. Y al escucharla surge el milagro de estar escuchando lo mejor de nosotros, tal vez lo que nos faltaba desde hacía tanto y nos completa.