Hoy carezco de tenderete ruso
y capitán hundido
sin mediavez de hablarnos tres palabras,
y aterido el pastel
es desencanto y lágrima
ver tropezar los labios por diciembre.
* (En julio pasado recibí el aviso e invitación para participar en una antología de jóvenes que en los años 80 en Valladolid componían sus primeros libros de poemas y cuya trayectoria ahora se quiere reunir. Se me pedía ir haciendo una previa selección de mi escritura en la que, a estas alturas y deshoras, me afano. Releer sobre todo esos inicios ha sido un desasosiego inesperado después de tantos cambios personales y literarios, y una sensación extraña y difícil de cómo hilar una lectura posible de esos orígenes treinta años después. En lo íntimo, era aceptar el respeto y el vértigo de esa parte ante la que, con un verso reciente mío, podría sentir "la imperfección de la belleza", esta vez en la temporalidad relativa de lo escrito. La capacidad de escribir no justifica siempre todos los frutos, especialmente los iniciales, tan proteicos y sometidos a un aprendizaje vital, no sólo literario. Y a la vez continúa la satisfacción ante otros poemas en su frescura o imágenes audaces. O, más sencillo, puede que más logrados. Recuerdo que Luis Caparrós -hoy en Galicia- gustaba de este breve poema. Nosotros, aquellos alumnos, descubríamos que algunos de nuestros buenos profesores de la Facultad también escribían. Con ese tacto de intuitivo escritor, a Luis Caparrós le debo, además del placer de sus clases, la interpretación y lectura más interesante que recibió aquel primer libro, que redactó para presentármelo. Las cuartillas, manuscritas con una bella caligrafía, siguen estando ahí como regalo.)
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