En el silencio conocemos las horas que no precisan explicarse nunca. Tan reales que su dimensión -más palpable que el sueño- toca tierra y nos cambia. Las palabras usadas pueden, a partir de entonces, abandonar una herencia de siglos que no es identidad ni merece ser carga. Más que retener esas horas, hay que entender que todas las siguientes esperaban adentro esa respiración y diferencia -renovada, incesante-, propia de una corriente.
* (para la noche de Reyes)
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