Cae la tarde.
Frágil es esta luz del norte.
Remanso en esta plaza
dorada. Es una nube
esos niños que cruzan,
las nervadas barandas,
la piedra casi móvil.
El aire azota fresco.
Cae la tarde
más, y el sol, sin huir, no resurge...
Últimos resplandores, gris espacio.
Helada noche habrá para jazmines.
Si enemigo es amar lo que no muere,
vuélvete de esa crin a la costumbre.
* (Ayer noche, tras bajar el bochorno después de una tormenta, volví a pasear por la plaza de San Pablo de Valladolid al pie de la magnífica fachada plateresca de esta iglesia, como lo es la del cercano Colegio de San Gregorio donde se ubica el Museo de Escultura policromada. En este sitio, más de 25 años atrás, fue escrito este poema de Las horas próximas, libro donde de un modo no explícito fueron quedando reflejados varios enclaves de esta ciudad: calles, plazas, rincones, las cercanías del río, bares... Un paisaje más bien urbano, todavía no abierto a la naturaleza de los lugares posteriormente vividos. El Valladolid invernal que poco a poco se sacudía de sus fríos hacia los meses más templados quedó retratado como un espacio íntimo a resguardo del tránsito de la ciudad y emergido entre nieblas, el color de la noche y paseos a lugares hasta entonces no revelados o advertidos, la mayoría testigos de otro tiempo y menor dimensión, si de algún modo viejos, mucho más personales y acogedores. Puedo pasear por la ciudad que quedó escrita y en cuya resonancia se mantienen, de las sensaciones vividas, las señas de identidad de lo que fuimos, somos y por tanto queda.)
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