viernes, 24 de enero de 2020

Final de un día

Cualquier objeto que ahora tocas,
el cubierto que limpias de esta cena, 
la esquina desconchada junto a casa, 
tu vestimenta misma, cuando no estés
va a perdurar incluso a oscuras.
Y este espacio esparcirá ecos de tu presencia 
mientras alguien conserve tu memoria.
Después, ¿qué habrá de ti? Posiblemente
lo que en tu esfuerzo fue semilla
dio a quien tuviste cerca una benévola sombra.
Pero ni una sola de tus vanas creencias, quejas,
pesadumbres o rabias habrán servido
para nada, ni siquiera para elevar
en algo el menor de tus días. 
Bien lo sabes, y te desnudas cada noche
de lo que quita el sueño y hasta el cuerpo lastima.
Duerme ahora y descansado acoge con el alba
otra libre mirada, nada ajena
ni al calor de tu piel ni a la respiración que te rodea,
mas sí capaz de otear en el envés del aire
el lenguaje del vuelo, la presencia escondida,
o la mera llamada del rumor de las hojas y las olas
a la luz natural que llega a tierra.


* (Los poemas nos visitan cuando quieren, en un paseo, en casa, en medio del trabajo, incluso conduciendo, o al ir a dormir, sin pedir permiso, y cada uno puede tener una voz independiente, o seguir un propósito que exploramos, pero tú los conoces cuando vienen y te limitas a escucharlos hasta el final, aunque su primera apariencia o borrador chirríe. Anotados, su trama o alma ya está ahí, y puedes poco después empezar a minuciosamente revisarlos en cada relectura, con el oído, el sentido, el tacto. Siempre desde la intuición y el mayor respeto al lector, a la vivencia, al texto.)
  

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