Deja el sueño encendido
antes de recoger tu casa.
Siempre hay color, hasta de noche,
y el interior del pozo da un reflejo
en su profundidad que hechiza a un niño
igual que el día no desaparece
tras acallar su incendio.
Donde hay recogimiento no hay olvido
y somos en reposo lo que somos.
Un lirio nota en torno a sí los ojos
cautivados de verlo, pero es lirio
incluso en el sigilo de la brisa
donde no llega nadie a contemplarlo.
Es más,
un alga fluye en su recodo húmedo
sin que nadie la encuentre. Y sólo así
confía normalmente
lo frágil de la vida su despliegue
en su tarea de ser sin más consciencia
que estar ahí en su lugar preciso
y perdurable
que da relieve y protección a lo que existe
y es manifestación y apartamiento.
No hace falta más senda
para vivir en este mundo
que desaparecer para encontrarlo,
que esquivar los reclamos
y escuchar en silencio los latidos
sigilosos del pecho o el agua de una fuente,
las señales sin dueño, como el canto escondido
o el reflejo irisado de la luz vegetal que cae de un bosque.
No aspiro ya a otra cumbre que respirar despacio
o pensarte las veces que recobro tu imagen
y conversas conmigo
mientras busco la umbría salobre del verano
estos días de junio.
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