lunes, 30 de mayo de 2011

Lejos, cerca

Rescatar la memoria,
la tranquila memoria de las cosas.
Y vivir desde ella
a salvo de la infamia
o las manos lavadas
de indiferencia pulcra.
Dar el salto
a ese reino
donde nadie se esconde
una piedra a la espalda
que lanzar cuando pesa
por inercia o abulia
-¿contra quién?, ¿y qué importa?-
como aquel al que enoja
un castillo de arena
de un niño en una playa,
o como quien no supo
jugar a edad primera
y proyecta su herida
en alguien que sí juega.
La memoria tranquila
o ese espacio que era
la vida de otra forma,
la del don de nombrar
con bondad las palabras.
 

2 comentarios:

Alfredo J Ramos dijo...

Leo, de nuevo, este "Lejos, cerca". Y me lleva, de nuevo, cerca y lejos, desde territorios que creo conocer bastante bien (por presunción también se vibra) hasta otros espacios en los que la piel de las palabras se endurece y los sentidos rebotan en sus cáscaras. Pocas calcinaciones íntimas cabe imaginar más letales que la de quien no soporta el castillo de arena de un niño junto al mar. "La vida de otra forma" parece remitir al título fundamental del amigo ido, aunque tal vez sea solo afinidad y viaje hacia el lugar común. Le sigo dando vueltas a «la memoria de las cosas» (sin adjetivos), que es por donde el poema más me salva. Y veo en la deseable bondad nombradora del final una manera de hacer del lenguaje un pan (com)partido.

Carlos Medrano dijo...

La literatura genera literatura y la amistad abre las puertas de la comunicación compartida. Este 'lejos, cerca' son vislumbres de lo que está a la vista y no, según días, y de lo que se obtiene o se desea, como los que vivimos a orillas del mar sabemos por la bruma. Yo desde aquí, al noroeste de Mallorca, hay semanas enteras en que ni siquiera diviso sobre su lugar y en cambio otros días se me revela el perfil liso de Menorca, que está ahí enfrente, incluso con la nitidez de sus colores en línea de las playas, el relieve del campo o el gris de lo habitado.

Este poema surge tras leer una selección de su próximo libro de poemas tangerinos que me proporcionó Álvaro Valverde donde se rescata ese ambiente, memoria de una infancia obligada por el exilio y regreso al lugar de la mano del ser querido que creció allí y que le habló tantas veces de entonces. Hay también una serie de complicidades finales con Ángel Campos, de modo que palabras que creímos sin brillo siguen cargándose de densas percepciones y esa alusión a "una dulce palabra para el mal de palabra" con la que él escribe un día un poema a Dulce Chacón en memoria de este verso admirable de Aníbal Núñez. (E inevitablemente nuestra historia se tiñe sin quererlo de la perspectiva quevediana del “escucho con mis ojos a los muertos”. ¡Cuántos amigos ya nos oyen desde esa orilla sin retorno!)

Luego, usa cualquier memoria posible y lee el poema en el registro que quieras. En mi primer comentario del día 7 que he recortado imaginé algunas situaciones sociales y políticas recientes que he preferido evitar, más que por equivocadas o inoportunas por no entrar en distorsiones o diferencias inútiles que en ese momento me aturdían. Quise hablar de la dura posibilidad de “memoria tranquila” a la luz de algunas experiencias que afortunadamente no han sido las mías. No siempre se tiene el don de la palabra acertada y menos para todos. Y cada cual sabe de sus posibles memorias y momentos difíciles alejados de la necesidad de bondad y armonía en la mano y la palabra del hombre. Como si la órbita de Caín en lo íntimo, familiar, político y colectivo no nos hubiera sido bastante. La palabra poética intenta en su conciencia ética (sin la cual no tendría más consistencia que un ornamento empalagoso) ir más allá de la insuficiencia y lastre de las vivencias de lo individual y la historia. Así, desde esa fragilidad de su capacidad de conseguirlo.