miraste un momento los hechizos.
Sobre ningún cadáver
pervive la belleza de aquel tiempo.
Juntas flores de piedra
que perduren al irte.
Sin embargo la muerte
ya no vino a buscarte.
El miedo, el desamparo fue horizonte
exangüe en las raíces.
En cada cavidad, al abandono
sobrevive la noche.
* (Al frente de mi primera publicación poética situé, no casualmente, unos versos de complicada disposición espacial, a modo de caligrama, de Antonio Mª Flórez que decían "Hay que ser como un crepúsculo para estar aquí, sentados en un instante de nuestras vidas, esperándonos a nosotros mismos". Poderoso sin duda, este poema leído hacia mis dieciocho años -y que guardo tipografiado sobre el fondo amarillo de una hoja de periódico- sigue teniendo su vigencia e iluminación sobre algunos propósitos de lo que he escrito y vivido. Cómo no mostrar aquí el reconocimiento por alguien en cuyo impulso vital y origen de sus versos atraía el esplendor de lo genésico o el hechizo del mundo, del eros y de un lenguaje con el valor del sueño, anterior al desatino de la imparable edad y sus deshielos, o de los hongos del miedo que llegan de soslayo. Y cómo no celebrar, Antonio, con un abrazo esos años intactos -por ti tan recordados- previos a la dispersión que llevó a cada uno de quienes descubríamos lo literario tan lejos de ese enclave y ese momento intenso y creativo de aquellos años bachilleres en Don Benito. Como si no estuviera a mano todo entonces. Algo hubo desde siempre para esa indagación permanente del paraíso en tus libros. Desplazados o no, tu reto fue buscarlo.)
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