Miro otra vez las plantas del jardín tras mi viaje.
Toco el verdor que me ha aguardado.
Es lo que espero.
Poder mostrarlas cada nuevo día
como una ofrenda limitada, clara,
de un breve espacio recibido.
No sé si el mundo entero está en mi mano,
pero en el cuenco de esas flores
entrego una razón y un equilibrio.
Al aire apuntan, y una raíz del cielo
devuelve al rostro del relieve mío
el sueño abierto de un remanso.
La umbría que buscamos
conduce al corazón y a la memoria,
como el musgo paciente está en la piedra.
Una mañana verde, no la historia me calma.
Nada más dulce que una mano,
y sin embargo temo su dureza y hurto.
Será la tierra la que cambie todo,
no su habitante ajeno al suelo limpio.
1 comentario:
Claudio Rodríguez no hubiera podido estar más de acuerdo, Carlos.
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