lunes, 26 de septiembre de 2011

Aguardando la luna

                             a Fernando Aramburu, perseguidor de lunas

Al cabo de los años,
en los días sin fuerzas
y ante un fondo de abrojos
no esperado, plomizo,
que se abre de repente,
me contempla la luna.
Desdibujada incluso
se introduce en el día
más allá de la noche
sobre cualquier espacio.
Como si no importase
bajo su luz idéntica
a los ojos por siglos
lo que sucede al cuerpo
pero que no lo vence.
Porque el peso deriva
de esta enorme distancia,
de una memoria rota
en la mortal materia.
Trece veces al año
ella vuelve a dejarnos
el impulso que mueve
su paso y plenilunio,
la marea permanente
con la que nos agita,
la aspiración que abarca
su sombra y su linterna.
  

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