martes, 20 de septiembre de 2011

Nueve notas

1. Cuando los lugares nos reconcilian con lo mejor de nosotros, sólo entonces alcanzamos en ellos lo que no estaba antes, sea un reflejo del mundo o nuestro.

2. Lo importante no es lo que escribimos sino a donde tras una vida de escritura llegamos. Lo primero pudiera ser un logro compartido; lo segundo es lo que, si al escritor le han revelado algo sus palabras, o queda en ellas un poco de verdad, le sucede hacia adentro. Para nada es la fama ni el protagonismo.

3. Si la poesía no es más que un arte ornamental o un entretenimiento, algo muy importante de su sentido original se ha olvidado, aquel que conducía a descubrir y a hablar desde la esencia de las cosas, un modo, además, alejado o incompatible con la retórica.

4. En el terreno literario, la consistencia de un autor no reside tanto en el acarreo de erudición y técnica -ineludibles y aconsejables, pero en el fondo, común también al bagaje de muchos que no escriben- como en saber orientar la capacidad de escribir al sentido más creativo e incesante de las intuiciones.

5. La palabra poética es una moneda desigual. A veces predomina en ella el juego de las voces sobre el papel, otras enlaza con las claves de una experiencia y reflexión de una manera singular de vivir en el mundo y recibirlo, o responder, o verlo. Pero esa ligereza y densidad es necesario que se den y que se alternen.

6. El valor de la palabra en la literatura, como también en la vida, depende del fondo o el lugar al que las conectemos. Por eso una misma palabra en distintos autores produce sensaciones diferentes.

7. Y, a la vez, en la palabra de cada autor reside un adn que recoge quién es y que se sostiene sobre todo lo que escribió y a él responde. Hasta su forma de andar y de dirigirse al mundo pudiera reconstruirse a partir del tacto y vibración que dejó y que emite lo que escribe. Pero ese adn a quien revela más que al autor es a los genuinos lectores sin los que el libro no mostraría esa parte sutil que también dice. Como el zahorí, ellos sienten, ellos conocen.

8. Así como en una página o expresión queda reflejado su autor, y plenamente ellas nos devuelven su imagen, en las sucesivas palabras por él escritas está el pasaje, a la manera de un álbum de fotografías, de alguien tan parecido como paulatinamente distinto. Pues a través de sus páginas, siendo el mismo, es otro. Nadie existe ni escribe ajeno a la experiencia cambiante y decisiva del tiempo.

9. Al escribir, también se indaga o se reconstruye la belleza -se retorna a una fuente-, y se activa un disfrute -donde poder volver- menos perecedero, más constante.

pd: en ocasiones, el sueño del lector es un consuelo similar a la recreación del poema en la voz del amigo que de este modo permanece: "esa sabia costumbre de los ríos / de morir en el agua o en el aire". La literatura era sólo una parte de la valía de estos hombres. El escritor era más grande que su obra. Y en ambos, autor y obra, hallábamos bondad. Lo hermoso, lo que tuvo valor fue conocerlos, pero dada su ausencia sus palabras escritas nos recobran, al volver a leerlas,
 un deseo sosegado, su cercana verdad.
   

2 comentarios:

Luis Arroyo dijo...

Magnífica postdata, Carlos, con el recuerdo de nuestro Ángel Campos Pámpano, después de la sutileza de las notas sobre la esencia de la poesía, la particularidad de cada poeta...; en definitiva, el valor de la palabra.
Un abrazo, Luis.

Carlos Medrano dijo...

No sólo Ángel Campos Pámpano, querido Luis, cabe en esta mención a través de sus versos. Si pienso en Guillén, Pino, Delibes, Claudio Rodríguez, Celso Emilio Ferreiro, Manuel Pacheco, Santiago Castelo y otros autores que conocí y admiré, pienso lo mismo. Pienso lo mismo de ciertos profesores que me formaron, de amigos escritores que por fortuna viven y que por no causarles pudor no nombro, vivan o no en París. Hay un acto sagrado o un pozo de verdad al escribir que nos conduce a ser manchados al hacerlo -y también al leer- y ser por tanto diferentes, más conscientes del valor que es vivir. Como enseñaron antes Antonio Machado o César Vallejo, en más difíciles situaciones. Amplíese la nómina, yo sólo la he empezado.