1. Cuando los lugares nos reconcilian con lo mejor de nosotros, sólo entonces alcanzamos en ellos lo que no estaba antes, sea un reflejo del mundo o nuestro.
2. Lo importante no es lo que escribimos sino a donde tras una vida de escritura llegamos. Lo primero pudiera ser un logro compartido; lo segundo es lo que, si al escritor le han revelado algo sus palabras, o queda en ellas un poco de verdad, le sucede hacia adentro. Para nada es la fama ni el protagonismo.
3. Si la poesía no es más que un arte ornamental o un entretenimiento, algo muy importante de su sentido original se ha olvidado, aquel que conducía a descubrir y a hablar desde la esencia de las cosas, un modo, además, alejado o incompatible con la retórica.
4. En el terreno literario, la consistencia de un autor no reside tanto en el acarreo de erudición y técnica -ineludibles y aconsejables, pero en el fondo, común también al bagaje de muchos que no escriben- como en saber orientar la capacidad de escribir al sentido más creativo e incesante de las intuiciones.
5. La palabra poética es una moneda desigual. A veces predomina en ella el juego de las voces sobre el papel, otras enlaza con las claves de una experiencia y reflexión de una manera singular de vivir en el mundo y recibirlo, o responder, o verlo. Pero esa ligereza y densidad es necesario que se den y que se alternen.
6. El valor de la palabra en la literatura, como también en la vida, depende del fondo o el lugar al que las conectemos. Por eso una misma palabra en distintos autores produce sensaciones diferentes.
7. Y, a la vez, en la palabra de cada autor reside un adn que recoge quién es y que se sostiene sobre todo lo que escribió y a él responde. Hasta su forma de andar y de dirigirse al mundo pudiera reconstruirse a partir del tacto y vibración que dejó y que emite lo que escribe. Pero ese adn a quien revela más que al autor es a los genuinos lectores sin los que el libro no mostraría esa parte sutil que también dice. Como el zahorí, ellos sienten, ellos conocen.
8. Así como en una página o expresión queda reflejado su autor, y plenamente ellas nos devuelven su imagen, en las sucesivas palabras por él escritas está el pasaje, a la manera de un álbum de fotografías, de alguien tan parecido como paulatinamente distinto. Pues a través de sus páginas, siendo el mismo, es otro. Nadie existe ni escribe ajeno a la experiencia cambiante y decisiva del tiempo.
9. Al escribir, también se indaga o se reconstruye la belleza -se retorna a una fuente-, y se activa un disfrute -donde poder volver- menos perecedero, más constante.
pd: en ocasiones, el sueño del lector es un consuelo similar a la recreación del poema en la voz del amigo que de este modo permanece: "esa sabia costumbre de los ríos / de morir en el agua o en el aire". La literatura era sólo una parte de la valía de estos hombres. El escritor era más grande que su obra. Y en ambos, autor y obra, hallábamos bondad. Lo hermoso, lo que tuvo valor fue conocerlos, pero dada su ausencia sus palabras escritas nos recobran, al volver a leerlas, un deseo sosegado, su cercana verdad.
2. Lo importante no es lo que escribimos sino a donde tras una vida de escritura llegamos. Lo primero pudiera ser un logro compartido; lo segundo es lo que, si al escritor le han revelado algo sus palabras, o queda en ellas un poco de verdad, le sucede hacia adentro. Para nada es la fama ni el protagonismo.
3. Si la poesía no es más que un arte ornamental o un entretenimiento, algo muy importante de su sentido original se ha olvidado, aquel que conducía a descubrir y a hablar desde la esencia de las cosas, un modo, además, alejado o incompatible con la retórica.
4. En el terreno literario, la consistencia de un autor no reside tanto en el acarreo de erudición y técnica -ineludibles y aconsejables, pero en el fondo, común también al bagaje de muchos que no escriben- como en saber orientar la capacidad de escribir al sentido más creativo e incesante de las intuiciones.
5. La palabra poética es una moneda desigual. A veces predomina en ella el juego de las voces sobre el papel, otras enlaza con las claves de una experiencia y reflexión de una manera singular de vivir en el mundo y recibirlo, o responder, o verlo. Pero esa ligereza y densidad es necesario que se den y que se alternen.
6. El valor de la palabra en la literatura, como también en la vida, depende del fondo o el lugar al que las conectemos. Por eso una misma palabra en distintos autores produce sensaciones diferentes.
7. Y, a la vez, en la palabra de cada autor reside un adn que recoge quién es y que se sostiene sobre todo lo que escribió y a él responde. Hasta su forma de andar y de dirigirse al mundo pudiera reconstruirse a partir del tacto y vibración que dejó y que emite lo que escribe. Pero ese adn a quien revela más que al autor es a los genuinos lectores sin los que el libro no mostraría esa parte sutil que también dice. Como el zahorí, ellos sienten, ellos conocen.
8. Así como en una página o expresión queda reflejado su autor, y plenamente ellas nos devuelven su imagen, en las sucesivas palabras por él escritas está el pasaje, a la manera de un álbum de fotografías, de alguien tan parecido como paulatinamente distinto. Pues a través de sus páginas, siendo el mismo, es otro. Nadie existe ni escribe ajeno a la experiencia cambiante y decisiva del tiempo.
9. Al escribir, también se indaga o se reconstruye la belleza -se retorna a una fuente-, y se activa un disfrute -donde poder volver- menos perecedero, más constante.
pd: en ocasiones, el sueño del lector es un consuelo similar a la recreación del poema en la voz del amigo que de este modo permanece: "esa sabia costumbre de los ríos / de morir en el agua o en el aire". La literatura era sólo una parte de la valía de estos hombres. El escritor era más grande que su obra. Y en ambos, autor y obra, hallábamos bondad. Lo hermoso, lo que tuvo valor fue conocerlos, pero dada su ausencia sus palabras escritas nos recobran, al volver a leerlas, un deseo sosegado, su cercana verdad.
2 comentarios:
Magnífica postdata, Carlos, con el recuerdo de nuestro Ángel Campos Pámpano, después de la sutileza de las notas sobre la esencia de la poesía, la particularidad de cada poeta...; en definitiva, el valor de la palabra.
Un abrazo, Luis.
No sólo Ángel Campos Pámpano, querido Luis, cabe en esta mención a través de sus versos. Si pienso en Guillén, Pino, Delibes, Claudio Rodríguez, Celso Emilio Ferreiro, Manuel Pacheco, Santiago Castelo y otros autores que conocí y admiré, pienso lo mismo. Pienso lo mismo de ciertos profesores que me formaron, de amigos escritores que por fortuna viven y que por no causarles pudor no nombro, vivan o no en París. Hay un acto sagrado o un pozo de verdad al escribir que nos conduce a ser manchados al hacerlo -y también al leer- y ser por tanto diferentes, más conscientes del valor que es vivir. Como enseñaron antes Antonio Machado o César Vallejo, en más difíciles situaciones. Amplíese la nómina, yo sólo la he empezado.
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