A veces las palabras
dan frío, sus raíces
se pierden en el miedo,
desconocen, carecen,
hacia nada conducen,
proceden de una noche
confusa e invariable
como un fango que cubre
un espacio deforme.
El hombre las emplea
con hambre de tinieblas,
desde una furia inútil
obcecada y de sombra.
Son un rumor sin aire,
una voz que no expresa,
la deforme semblanza
de un ruido permanente.
Su estrépito y renuncia
invocan el fracaso
de alzarse contra aquello
que era luz en su origen:
la intensidad de un arco,
la verdad inocente,
el pálpito del mundo
donde honrar su reflejo,
donde ser y mirarse
y al tiempo descubrirse.
Las palabras nacieron
como brota en silencio
la tierra cuando late
al recibir la lluvia.
Recuerda su comienzo
de lenta transparencia,
su entrega minuciosa
empapando los rostros.
Las palabras respiran
al sostener el aire,
son el hilo invisible
de todo lo que existe.
Lo que mancha sus voces
evítalo si buscas
discurrir sin más nada,
vibrar en lo que halles.
El agua siempre fluye,
óyela como corre.
El linde de su orilla
es la sed que disuelve.
Lo mismo en las palabras:
no enturbies, no recubras
de neblina sus ojos,
deja que te despierten
con la imagen del mundo
y que ellas pronuncien
lo que al callar intuyes.
El hombre nace, crece,
en sus manos recibe
el misterio de un ave,
el fuego y sus visiones,
el don del horizonte.
Sin embargo su esfuerzo
como el olvido asola.
El mundo que procura
muchas veces sucumbe.
Lo que amen tus ojos
será lo que te lleves,
la fuente del silencio
que era el ser de los nombres.
2 comentarios:
¡Qué belleza tu canto a la palabra!
Es una de nuestras riquezas más preciadas, pertenece a todos sin distinción aunque, en ocasiones, la "abundancia del corazón" nos deje sin encontrar la que con exactitud definiría aquello que queremos decir.
"... deja que te despierten
con la imagen del mundo
y que ellas pronuncien
lo que al callar intuyes."
Un lujo leerte
Me alegro, amiga 'bisílaba', por tu apreciación que me halaga. Hay poemas como este que surgen para conjurar el uso indebido de las palabras por las que estas dejan de ser un depósito de la verdad y olvidan su capacidad de contribuir a hacer mejor el mundo. Pues la palabra cuando es empleada como arma para mentir, dañar o calumniar no sólo degrada la realidad y enfanga a quien así las falsea sino que nos aleja de ese potencial creativo por el que, en la literatura y en la comunicación cotidiana, lo que no existía se revela enriqueciendo y dignificando la vida.
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