Al hablar sin amor de cualquier cosa se amplifica la sensación de fatiga del mundo y del destierro insoportable de cruzarlo, de merecer haber nacido.
En cambio, en ese otro menos transitado modo de hablar en sintonía favorable de algo, toda la angustia y el abismo depositado sobre el pecho desde antiguo se dispone para ser removido, en principio desde la memoria del vértigo, y lo hace por la innata necesidad de aflorar a un cauce limpio de ser que, de tan maniatado, todavía es impreciso, pero no por ello menos salvífico, deseado e incesante que ese sabor adverso tantas veces hiriente del que hablamos.
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