domingo, 2 de junio de 2013

La mirada del ángel

Para tocar un ángel
traspasa su misterio.
Tiene forma de carne,
no es necesario el cielo,
pero sí cuando llega
su luz se reconoce.
Lo que entonces sucede
ocurre donde vives
sin que nada moleste.
Tiene forma de calles,
camisas, voces, árboles,
o patios en silencio
con geometría de flores.
Tú sabes de ese instante
que no baja de nubes,
ni te aparta del tacto
con que tocas el mundo.
Sólo nace de dentro.
Y al extender la mano
que revela el encuentro
no importa nada entonces:
el pesar se diluye,
y el tiempo y su costumbre.
Sientes la transparencia
desde un nuevo sentido
que te lleva a lo cierto
más allá del ocaso
de todo lo caduco.
Porque tú eres el que abres
la mirada del ángel,
la nostalgia imparable
de un ser inmarcesible.

 

* (Este poema fue escrito el día que cumplí los 50, nada más levantarme, mientras desayunaba, y me siguió viniendo al conducir y al llegar al trabajo. Álvaro Valverde me había contado días antes una historia. Recibió el encargo de alguien desconocido de escribir un poema sobre este tema para un blog llamado Ángeles y Reiki. Ante la insistencia y amabilidad de quien lo llevaba, recreó un recuerdo de esa figura protectora en la infancia y su añoranza de amparo. Aquel 19 de abril me vinieron, de pie, con el café en la mano, rápidamente seis versos. Los anoté a lápiz. El poema quería salir. Lo sentía hermoso, lo presentía fácil. No tenía tiempo y la casa se llenaba de ruidos, con la vitalidad del desayuno y las carteras escolares. Aplacé su escritura tres horas, lo suficiente para que se perdiera. Retomé el borrador, y salió intacto. Estaba ahí. Pese a todos los obstáculos que las tareas interpuestas del día habían puesto a su escritura. Porque esperar tres horas a unas palabras que vienen, en poesía es perderlas. Apareció en aquel blog con una ilustración hermosa de Federico Gallego Ripoll. Lo compartí con amigos. Les dije "una manera de cumplir los 50 años". Uno de ellos, Ricardo Senabre, me contestó "una manera no, la mejor manera". Lo vuelvo a compartir. Puse en él parte del sentimiento sagrado de la vida. Siempre he creído que los ángeles son de carne y hueso para quien sabe abrir esa mirada. Para los cinéfilos, como yo era antes de desaparecer casi del mapa, recuerdo algunas escenas de El cielo sobre Berlín (Bruno Ganz, Win Wenders), ambiciosa y tal vez no lograda película. No hace falta esperarlos, están siempre, aunque como en aquellas imágenes nos retumbe el destierro de los que aman con apariencia estéril. Esa barrera de lo terrenal en lo que pudo ser celeste es la que todavía seguimos resolviendo, hacia adentro, a cambio de nada, con persistencia indesmayable, algunos pocos, hasta que un día suceda sin esfuerzo: a nosotros mismos, a otros.)
  

3 comentarios:

Álvaro Valverde dijo...

Certero, meu caro. Tú, ahora, con tu ángel vallisoletano.
Abrazos, Á.

Efi Cubero dijo...

Querido Carlos: Sabes que la palabra tantas veces se convierte en silencio, se hace madeja al hilo del ovillo, se refugia en las manos... "Comprendí, pero no explico"
Besos de aliento, amigo. Efi

Cristina dijo...

Vivimos rodeados de ángeles, nosotros mismos somos ángeles en algún momento para alguien. Yo vivo rodeada de ángeles de carne y hueso que posan sus manos sobre mí... sólo hay que estar un poco atentos.
Un abrazo (angelical) :)