o silba el horizonte?
Rendido en su trasluz,
el mar te crea.
El fuego te dirá
por qué se apaga,
por qué el mar del oeste
no te ciega,
por qué la luz el más allá perfora,
y tú tocas el mar
que a ti te ama
y el mar, canción sin luz, lágrima oscura.
a Carmen y Ángel Campos
Portugal
* (En 1991 hice mi primer viaje largo a Portugal al que entré desde Ciudad Rodrigo y Guarda y que me llevó hasta Évora -que todavía recuerdo, si así pudiera decirse, como la más hermosa ciudad de Extremadura, o al menos la vi entonces de ese modo-, y que finalizó saliendo por Marvão y Valencia de Alcántara. Este poema fue escrito unos días antes, ya embebido en el espíritu de ese viaje. Había leído -y si no es verdad, al menos es hermoso-, que los griegos cuando llegaron a este lugar y contemplaron la puesta del sol sobre el Atlántico contaron que el sol al entrar en el mar silbaba. Dentro de unos pocos días podré de nuevo comprobarlo. Algo tiene esta tierra que nos hace sentirnos como en casa. Quiero dejar con esta entrada la gratitud y el gusto por las lecturas que desde Portugal a esta isla de lápices con suavidad constante y silenciosa le llegan. Que no falten. Como tampoco los días para volver siempre a esta tierra.)
2 comentarios:
Muy hermoso poema, Carlos. Y preciso y hermoso también el contexto: ese trayecto de Marvão a Valencia de Alcántara lo hice alguna vez precisamente en un ocaso veraniego, y lo recuerdo como un verdadero descenso ad Inferos, entre sombras y peñascos fantasmales. Hasta llegué a pensar que bajo el puente romano, que allá abajo era ya sólo la sugerencia de un polifemo enorme abismado sobre el agua negra, estaría aguardando la barca de Caronte... Recuerdo también la alegría con la que remontamos la orilla extremeña. Impresiones de viaje. Ocaso o saco (que diría el palíndromo, y que tal vez no desentonaría con el sentido de tu poema, al menos en las acepciones 8 y 11 que la RAE da de la segunda palabra).
Que tengáis unas muy felices vacaciones lusas. Y aguzad el oído: a ver si el océano de verdad silba... y con qué notas.
Un abrazo
Querido Alfredo, sé que al escribir el poema yo enlazaba con la dulce derrota de los fados en su tristeza o queja que es una lejanía indefinida de una pérdida no resuelta de lo que completaba el alma. Como en el sebastianismo, hay una mítica grandeza que se añora, abierta y no recuperada. Pero la resolución estaba, a diferencia de la herida sostenida del fado, en la naturaleza, ante esa orilla oceánica donde hacia dentro todo -es decir, lo elemental- estaba, aunque cayera el sol y uno estuviera así, machadianamente ante el mar, sin nada. ¿Sin nada? En el estado de la rendición y de la transparencia que nos conduce a lo que falta. ¿Y qué era?
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