Cuando la tarde es nombre,
y el pino una palabra,
y el mar en oros muestra
una eterna memoria
indescriptible, ingrávida,
cuya luz nos pronuncia
entrando en cada célula,
y su fanal no quema,
sencillamente limpia,
qué voz no arriesgaría
más clemencia de soles
antes de que decaiga
este espejo en su fuga.
Dorado se mantiene
el sol, cuerpos, espigas,
el perfil de las sierras,
el vaivén de las olas,
la paz de los insectos,
la intemporal nostalgia
de volver a este instante
y a la vez haber sido
su fulgor y su huella.
Un oro permanece
sobre el espacio a pulso
y sostiene el deseo
de no ser transitorio.
¿Y si es verdad? Atiende.
No sea que en los ojos
tanta luz se nos pierda
y ofrece tus palabras
a este ocaso que vibra.
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