Mirador a la tarde.
Un sol de primavera
que interrumpe el invierno
habla de aves audaces,
invalida las sombras,
incita a abrir ventanas
y espirales carreras.
Una carta recibo cargada de tristeza.
Que ese engaño de niebla no impida la alegría
y te llamen las huellas en torno a las hogueras
y el fruto de las viñas. Retorno
con mi vista a este espacio de luces.
Pasa el tiempo, el día
ya decrece, y hay un rumor
de insectos desde tierra
y una inquietud de aves escondidas
y una inquietud de aves escondidas
al pie de esta ladera.
No hay nada que termine.
En un orbe invisible
recreas cuanto tocas
y el día es anticipo de un mayor mediodía.
El fuego se sosiega,
la noche que no pesa
es placentera. Quema
en él la memoria que se impuso,
abandona el ropaje que no era tu nombre
ni el de nadie, el sabor al castigo,
el abrigo del miedo, la sábana de culpa
que cubrió nuestra infancia, el daño
ni el de nadie, el sabor al castigo,
el abrigo del miedo, la sábana de culpa
que cubrió nuestra infancia, el daño
que negaba la inocente mirada,
herencia equivocada por siglos en familia.
Y atrévete sin nada a recoger la fruta
que se descubre al alba y mancha con su pulpa,
las piedras de colores que presienten la música.
Poca gente aún acude a la orilla que limpia.
El sol nada concluye
y oficia ceremonias donde la vida es alta.
2 comentarios:
¡Cómo me gusta que sigas escribiendo!
Bellísimo poema en verdad. Me alegra mucho haber descubierto este blog y ese "rumor de aves escondidas". Enhorabuena.
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