A la memoria de Juan Manuel Rozas
y Enrique Tierno Galván
Siento que el tiempo pasa y nos agrede.
Que nada es mío. Fue.
Y esto lo estoy diciendo
a ti, que te sé
tan cercano,
persistente e invicto en la distancia,
o caes -puedes, puedo caer- irremisible y tácito,
sin augurio fatal, ni más ventana abierta al mediodía.
Esto es el transcurrir: constantes despedidas.
Que tal vez ya no estás, aunque siga tu voz en mis oídos.
Y habré perdido entonces la respuesta, la fuente
de vivir
que manaba en mí mismo.
Esto es el transcurrir: indeclinable tiempo,
hechizo con fulgor de enredadera
a la que así mis besos, mis miradas,
días de plenitud, coraje o llanto,
mi fiebre yerta hoy y mi melancolía.
Aún no ha salido el sol
y en la niebla invernal que lo suaviza
e invita a olvidarse en la mañana
con esa luz purísima que acoge
-emergente de anhelos y dolores-
alzo esta evocación amarga y sola,
y en la sombra vencida de años que son cenizas
poso mi corazón al recordaros
y ceso de vivir lo que he perdido.
* (Aquella segunda quincena de enero de 1986 me llegó sobre el frío severo del invierno castellano la doble noticia, en pocos días de distancia, de la muerte de dos admirables profesores y personas. La de Juan Manuel Rozas, catedrático de Literatura de la joven Facultad de Filosofía y Letras de Extremadura en Cáceres, a la que, desde sus comienzos, contagió de su alto saber literario y estímulo humanístico y creativo -junto a otros selectos profesores que entregaron la misma vocación e ideales- y a la vez poeta profesor del que tanto aprendimos quienes lo conocimos. Y la del entonces alcalde de Madrid, Enrique Tierno Galván, uno de los últimos políticos que además de una sólida formación cultural y ética, encarnaban para la sociedad un ejemplo de regeneración y cercanía cívica. Uno en las aulas y el otro en su ejecutoria pública (ahí quedan sus bandos municipales de clásica factura literaria, su recepción en latín al Papa Juan Pablo II, o sus guiños a la movida madrileña) fueron un referente para los ojos jóvenes abiertos a los nuevos aires de la transición. La revista cacereña Gálibo, dirigida por José Luis Bernal y José Manuel Fuentes -ambos poetas y alumnos suyos-, dedicó aquel año a Rozas tras su fallecimiento su último número (4-5), a la vez el más selecto y cuidado de todos ellos, donde apareció este poema, reencontrado al abrir carpetas de esos años con escritos y recortes de prensa que atesoran fragmentos de lo que vivimos. Es justo recordarlos, casi treinta años después, al rescatar este texto. Iba fechado así: Valladolid, 20 de enero de 1986, madrugada. Solía leer y escribir de noche. Todavía recuerdo que eran las cinco de la mañana al acabarlo. )